Parece que fue ayer, como dice la tan celebre frase que por lo general utilizamos cuando con un profundo suspiro recordamos algo que amamos, algo que nos hizo reír, en fin todo aquello que nos marco y dejo su huella en nuestra vida. Ese es el caso de todo lo que viví sobre mi bici de montaña: largas jornadas de grandes esfuerzos ascendiendo trochas con pendientes de infarto, descensos brutales que me disparaban la adrenalina al 100%, competencias donde entregaba todo sintiéndome el mas guerrero de todos aun sabiendo que habían muchísimos mas competidores mas fuertes que yo, momentos mágicos que compartía con mi familia en los viajes rumbo a estas competencias, aventuras de locos con mis amigos rodando por trochas a las dos de la mañana en ciclopaseos nocturnos que hacíamos...en fin la cuenta es larga y los momentos que recordare no los podría plasmar en solo estos párrafos.
Mi gran época de ciclomontañista la viví alrededor del año 2000 donde me la goce sin temores ni medida de riesgos tomados en los entrenamientos ni en las competencias, por esos días contaba con 25 años, no era el niño, no era el viejo, pero tenia talento y motivación para ser el mejor y demostrarlo en cada carrera que tenia. Hoy día, trece años después, no puedo creer lo difícil que es para mi levantarme a montar mi bici, hace unos años mi excusa fue el tipo de trabajo en el que me estaba desempeñando que requería de viajes continuos y con permanencias largas fuera de mi casa, ya que (me decía a mi mismo) no puedo tener la continuidad en el entrenamiento que requiere este exigente deporte y hacerlo de manera discontinua no es bueno. Hoy que en mis nuevas actividades permanezco mas tiempo en mi ciudad ¡que pasa no tengo motivación, nada me mueve como antes a rodar en mi adorada bici¡¡¡¡¡
He buscado antiguos amigos que han salido de nuevo conmigo y carajoooo están volando y al final, para la próxima salida me da pena ser el lastre de la rodada y prefiero no salir, o por el contrario salgo con ellos pero hago unos recorridos tan cortos que me dicen: ¿porque no rodamos hasta allí que es cerca?, lo que puedo responder es: no tengo tiempo. De todo este balance que he realizado sobre mi vida deportiva soy consciente que los años han pasado y como dicen "no llegan solos" pero considero que no he sido desjuiciado ni persona de malos hábitos como para no tener las mismas ganas que antes y solo me queda por decir: DESPUÉS DE AMAR TANTO RODAR EN BICI ¿POR QUE HOY NO PUEDO?
Buscando en la red temas relacionados con la motivación, me encontré con un buen articulo de una psicóloga deportiva que escribió este análisis de que motiva a los profesionales y aficionados a practicar el ciclismo, lo comparto con ustedes para que, si están como yo, espero nos ayude a entender que nos movía antes y que nos puede llegar a devolver esa motivación perdida. Aquí se los dejo:
Motivación y sufrimiento
Por Eva Montero, psicóloga del Deporte
Si le preguntas a un profesional por qué sufre
tanto sobre la bici te dirá que es su trabajo y le pagan por ello. Pero qué
pasa con los aficionados que pedalean por amor al arte y, muchas veces, se
entrenan con más ahínco que los propios profesionales. ¿De dónde vienen tantas
ganas por pedalear? ¿Con qué mecanismos psicológicos nos armamos para
justificar nuestros sacrificios y penalidades?
Hace unas semanas, me encontraba subiendo un
puerto a primera hora de la mañana, sin apenas coches, escuchando a los
pajaritos y el roce de la rueda con el asfalto cuando a lo lejos distingo otro
sonido: voces de más ciclistas. Mientras esperaba a que me sobrepasaran y
contestar con un “hasta luego” al supuesto “hola”, o un “gracias” al “ánimo,
muchacha, que ya queda poco”, podía entender perfectamente lo que decían,
puesto que el tono era alto. Se trataba de una recta larga y con cierto
desnivel, así que hasta que me alcanzaron me enteré de buena parte de la
conversación. Eran dos pero sólo hablaba uno. “Pues no sé que me pasa, pero
cuanto más entreno peor me siento”. “Y además me quedo hecho un asco, el lunes
llego fatal a trabajar, y me dura hasta el martes, el miércoles es cuando ya me
empiezo a encontrar mejor, pero luego llega el fin de semana, vuelvo a montar
en bici y me vuelvo a encontrar mal…”.
El resto de la ascensión lo pasé reflexionando
sobre esta curiosa revelación. Hasta entonces concebía el deporte aficionado
como una excelente forma de desconectar del trabajo, como si te pasaran un
borrador por la cabeza, dejándola despejada y limpia para la siguiente jornada
laboral. La opinión generalizada entre mis compañeros y amigos era la misma: ya
sea en un gimnasio o al aire libre, el deporte se convertía en su “medicina”
anti-estrés, el momento lúdico, la sensación de libertad, la válvula de escape
a los problemas cotidianos.
La bici como afición
Evidentemente, para quien se gana la vida dando pedales, trabajo y deporte es
lo mismo. En cambio, para los que montamos por afición, la hipótesis de
utilizar el deporte para “desconectar” de la vida laboral no está nada clara.
Un cicloturista me comentó que una de las estrategias que utiliza para conseguir
distraer la mente del esfuerzo cuando está subiendo un puerto difícil, es
repasar su plan de trabajo de la semana siguiente. De nuevo me encuentro un
caso de alguien que no sólo no deja de pensar en sus ocupaciones laborales
mientras le da a la biela, sino que, al contrario, lo utiliza para andar mejor.
Está claro que si hemos elegido este deporte es
porque disfrutamos montando en bici. Pero hay muchos cicloturistas que parece
que sufren más de lo que disfrutan. Algún que otro compañero del club me ha
confesado que hay muchas salidas, sobre todo en invierno, que en lugar de dar
pedales lo que le apetece es quedarse en la cama. En cambio, abandona el cálido
abrazo de las sábanas mientras su cónyuge duerme plácidamente, se blinda con
varias camisetas, gruesos maillots, guantes de esquiador, pantalón largo y
botines con tres pares de calcetines, sale a la calle y a dar pedales con la
“fresca”. ¿Por qué? El motivo suele ser no perder la forma y aguantar el ritmo
de la grupeta del club. ¿Y por qué tanto empeño en no perder comba?
El año pasado llevé el coche de apoyo en un
ciclomaratón de mi club. Paré a echar gasolina en un pueblo pequeño y el
encargado me dijo que habían pasado ya por allí algunos ciclistas que le habían
pedido un sello para plasmarlo en un carné. El hombre, observando nuestro
pintoresco coche y deduciendo que los acompañaba (más que nada porque lleva los
mismos colores que los maillots), me preguntó qué hacían, si una carrera o qué.
Le dije que no era una carrera, sino un “paseo” de 200 kilómetros. Sorprendido,
dice: “¿Doscientos? ¿Pero qué son, profesionales?”.
“Que vá –contesté– son aficionados, y esto es sólo el principio, más adelante
harán 300, 400, 600 y hasta 1200”. Totalmente escéptico, el buen señor me miró
pensando que le tomaba el pelo…
He hablado con varios ciclistas profesionales
que se sorprenden al saber que hay cicloturistas que cubren tan largas
distancias en bici, más aún cuando se enteran de que buena parte de ese
kilometraje se hacen de noche. Profesionales retirados que siguen montando en
bici y se encuentran en las marchas a cicloturistas que andan más que ellos.
Hay aficionados, incluso de cierta edad, que pueden llegar a hacer más
kilómetros al año que un profesional. ¿De dónde salen tantas ganas de dar
pedales?
Investigando varias teorías psicológicas, he
encontrado algunas que pueden explicar algo sobre cuáles pueden ser nuestros
motivos para sufrir entrenando fuerte y salir aún sin ganas.
Son sólo hipótesis, con las que unos se
identificarán y otros no, pero que considero interesantes para pensar y
reflexionar. Estas teorías no son específicas de la psicología del deporte,
sino de la psicología en general, aplicables a muchos otros aspectos de nuestra
vida.
Motivación logro
Un amigo mío me decía, tras una jornada ciclista, que lo que más le gusta es
volver a casa con la sensación de tener “los deberes hechos”. La primera vez
que subí un puerto recuerdo que mi mayor impulso fue contemplar lo que llevaba
subido y, viendo ya cerca la cima, darme cuenta de que iba a lograrlo. Cuando
nos marcamos un objetivo, aunque sólo sea el de salir a dar una vuelta, la
satisfacción de cumplirlo supone una recompensa, que está muy presente para la
siguiente salida o el siguiente objetivo (marcha, ciclomaratón, puerto de
dificultad especial...). Mucha gente consigue quitarse la pereza de encima y
salir a hacerse su kilometrada porque sabe que al regresar se va a sentir bien.
En cambio, si se queda en casa, tirado en el sofá, le invaden los
remordimientos: “Debería entrenar, estoy perdiendo el tiempo aquí, haciendo el
vago...”.
La teoría de la motivación de logro fue formulada por Atkinson, y, según la
misma, la conducta de logro depende de dos fuerzas: la esperanza de éxito y el
miedo al fracaso. Es decir, que si, por ejemplo, estamos encarando un puerto
que nos supone un desafío, nos empujamos a nosotros mismos de dos formas:
·
Pensando en la “muesca” que vamos a poner en
nuestra bici por el puerto superado.
·
Tratando de llegar arriba para evitar la
frustración de quedarnos en el intento.
Los cicloturistas solemos relacionar éxito con
esfuerzo. Quien intenta superarse (motivación de logro alta) acostumbra a
marcarse metas de dificultad intermedia, que supongan un reto pero alcanzables
en base a entrenamiento, constancia y capacidad de sufrimiento. En cambio,
quienes tienen poca motivación de logro y además buscan justificarse y acostumbran a atribuir el éxito a
factores más estables, como pensar que no tienen capacidades: “Yo no valgo para
este deporte”. Eligen metas de dificultad muy baja, porque es lo único que se
creen capaces de conseguir, o muy alta, para, al no conseguirlas, demostrarse a
sí mismos (y ante los demás) que “no valen”.
¿Por qué satisface tanto lograr un objetivo? Porque quien tiene motivación de
logro, dentro del particular esquema de sí mismo (autoconcepto), le da mucho
valor a la superación personal, con lo cual el logro aumenta su autoestima.
Asimismo, en la parcela social, también encontramos la doble vertiente:
·
Esperanza de éxito: la consecución de una meta
conlleva un reconocimiento por parte de los demás.
Miedo
al fracaso: evitar el cargo de conciencia que supondría sacrificar un tiempo
con la familia o los amigos por acudir a una marcha que luego no eres capaz de
acabar, o no coronar el puerto, abandonar en el ciclomaratón, etcétera.
La disonancia cognitiva
En un experimento, a dos grupos de estudiantes voluntarios les encargaron
realizar una actividad aburrida durante una hora y luego contársela a otra
persona intentando que pareciera divertida. Un grupo de estudiantes recibió
dinero por esta tarea y el otro no. Luego se preguntó a ambos grupos su opinión
sobre el trabajo realizado. Curiosamente aquellos a los que pagaron tenían peor
opinión de la actividad realizada. A los que trabajaron gratis no les pareció
tan aburrida la tarea.
En base a experimentos como éste, Festinger desarrolló una teoría que postula
que la incoherencia entre dos estados de conciencia (pensamientos, cogniciones,
ideas) hace que las personas se sientan incómodas. En consecuencia, cambian o
bien sus pensamientos o bien sus acciones con tal de ser coherentes. Es decir,
si estás haciendo algo que piensas que es “malo” (en contra de tus ideas) pero
no puedes evitar hacerlo, al final acabas pensando que “no es tan malo” (fumar
o beber alcohol son unos buenos ejemplos), con lo cual matizas o incluso
cambias esa creencia. La teoría sostiene que los seres humanos tenemos
tendencia a valorar lo que hemos elegido, y a minusvalorar aquello que
desechamos. Incluso tendemos a rechazar informaciones nuevas que contradigan
nuestras ideas.
En el experimento, los estudiantes que recibieron dinero por su trabajo no
presentaron disonancia (incoherencia) puesto que les habían pagado por realizar
la tarea aburrida. En cambio los otros (los que trabajaron gratis) cambiaron su
pensamiento para evitar la incomodidad de sentirse mal por hacer un trabajo
pesado sin recompensa alguna, valorando más positivamente la actividad
realizada.
La aplicación de la teoría en el ciclismo profesional versus el aficionado es
similar al experimento: un profesional de la bicicleta sufre mucho pero le
pagan por sufrir. Un aficionado, en cambio, al no encontrar recompensa material
a su sufrimiento, piensa que no ha sido tanto padecer (sobre todo cuando ha
pasado un tiempo desde que terminó), y que si entrena más sufrirá menos. Así es
como podemos encontrarnos aficionados con una dedicación y una motivación
superior a la de un profesional retirado que sigue cogiendo la bicicleta (o
incluso a alguno en activo).
Pues estimados ciclomontañistas espero que pueda encontrar de nuevo mi propia motivación a mover las bielas como en mis mejores epocas y de nuevo reportarme en este rincón de la web donde he escrito para compartir mis pequeñas grandes aventuras y pensamientos de ese mi gran amor : EL CILOMONTAÑISMO.
JUAN CARLOS OVALLE S.Biker_Alone
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